
El Aroma De Las Granadas

Por el H.·. Abinadi
V.·.M.·. y QQ.·.HH.·. en vuestros grados y calidades,
En la Declaración Universal de los Derechos Humanos, firmada por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 10 de diciembre de 1948 (e.·.v.·.), ya en su primer artículo refleja lo siguiente: “ Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”.
La razón que se esgrime para exigir tal comportamiento fraternal no es otra que el suponerlos dotados de razón y conciencia. Es decir, que se espera un modelo de comportamiento y socialización fundamentándose para ello en unos valores morales inherentes que se le presuponen a cada individuo de la colectividad. Pero lo que quiero en estos momentos subrayar de este artículo es la obligación que se impone a los que nacen libres e iguales, de comportarse fraternalmente los unos con los otros.
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Se define fraternidad como la amistad o afecto que se tiene entre hermanos o entre quienes se tratan como tales. Es fraterno aquel que auxilia a otro en el infortunio, le ayuda en sus obras virtuosas, le guarda inviolables sus secretos y le defiende su reputación. La fraternidad es lealtad en la ausencia y solidaridad sin necesidad de presencia. Es el mortero que nos une como piedras angulares del mismo edificio, sabiamente pulidas, y que, al pasar la llana, nivela todas nuestras virtudes con nuestras debilidades y defectos permitiéndonos así trabajar unidos y fuertes, descansando las cargas de unos sobre otros, pero sin restarle belleza a la obra final. Miembros de una gran familia de francmasones, como hermanos, hijos todos de la misma viuda y unidos en la diversidad. Si, no os extrañe que use el término de familia cuando hablo de francmasonería. Existe una estrecha vinculación entre el concepto de fraternidad y el de familia. La palabra familia proviene del latin famulus, que significa sirviente o esclavo. Era equivalente a patrimonio, e incluía no solo a los parientes, sino también a los sirvientes que dependían del pater familias. Familiaris significaba asimismo persona muy allegada o amigo. La decadencia de este modelo de familia propició la aparición de otra estructura social en gremios operativos. Hoy en día se entiende a la familia como el grupo de individuos unidos por el parentesco, y constituye el núcleo de la sociedad. La familia es la célula básica donde nos educamos y cultivamos, es la forma con que los seres humanos nos hemos dotado para la transmisión de ideas y modos de pensar. La familia es solidaria y su vínculo está por encima de simpatías o antipatías. Es vocacionalmente perenne y no la elegimos, sino que nos viene impuesta como la nacionalidad o la cadena genética. Y de tal manera se podría decir también que el concepto de familia francmasónica nos demuestra que no solo los miembros de una familia tradicional pueden establecer unión, armonía y cariño mutuos; también la practican aquellos hombres que se atraen por igualdad de pensamiento, por nobles ideales, como un medio de llevar a la practica la realización de sus mas caros ideales.
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Un hermano francmasón es mucho más que un amigo, es un hermano. Un amigo lo escogemos entre el amplio abanico de ofertas que ofrecen nuestras relaciones sociales o laborales y el vínculo que nos une con él no es vector de ideología, siendo muchas veces caduco y en otras un mero predominio de intereses. La francmasonería nos enseña a cultivar la fraternidad, que es un lazo mas intimo y profundo que la simple amistad, y a la vez su extensión es más amplia, por cuanto abarca a todos quienes la reconocen y profesan, compartiendo la comunidad de sus ideales, objetivos y aspiraciones aunque sus ideas puedan ser muy diferentes. Parafraseando a Cicerón: “La fraternidad puede existir solamente entre los buenos”.
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En la Constitución del G.·.O.·.D.·.F.·:, en su tercer artículo reza: “El francmasón tiene el deber, en toda circunstancia, de ayudar, aconsejar o proteger a su hermano, incluso poniendo su vida en peligro, y defenderle contra la injusticia”. Dicho en otras palabras: “Todo francmasón, que por tal se tenga, debe tener por causa y en toda circunstancia el prestar cooperación y auxilio, socorrer, amparar, favorecer y buscar el bienestar de su hermano haciendo el esfuerzo y poniendo los medios que fueren necesarios para lograr tal fin”. De este modo, ya en los primeros artículos de nuestra Constitución, así como en la Declaración Universal de Derechos Humanos, se refleja el deber, la obligatoriedad y responsabilidad de velar por la fraternidad.
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Este sentimiento de ayuda fraternal puede llevar a un peligroso estado polarizado de obsesión. En este caso, el que ama, desea y anhela el bien y la felicidad del ser amado, lo hace por encima de todas las cosas. El dar sin recibir a cambio, el sacrificar y anteponer las necesidades del ser amado por encima de las de uno mismo, sin que uno lo considere como sacrificio sino como oportunidad para prodigar el sentimiento; suele ser considerado una antesala al desequilibrio emocional. Puede abordarnos en algún momento sentimientos de duda, decepción o desánimo al dar y no ser correspondido. Pero debemos ser como el sabio aquel que intentaba sacar del agua un alacrán y que, a cada intento, el animal le picaba. Pasando entonces por allí un hombre que, al ver la escena le insinuó al sabio la futilidad de sus acciones y éste le respondió: -“La naturaleza del alacrán es la de picar, pero eso no va a cambiar mi propia naturaleza, que es la de ayudar” y dicho esto, ayudándose con un palo, consiguió poner a salvo al insecto.
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Podemos, pues, preguntarnos: ¿hasta dónde tengo que llegar en la ayuda a mi hermano? Aquí bien se pueden aplicar las palabras del maestro nazareno: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”. Ningún hombre virtuoso desatendería sus obligaciones familiares para anteponer sus necesidades personales, por poner un ejemplo. Deben entrar en juego las cuatro virtudes cardinales: prudencia, para discernir el bien y aplicar los medios justos para realizarlo; la fortaleza, para afrontar los peligros y soportar las adversidades por una causa justa y verdadera; la templanza, para poner término medio entre el desenfreno y la insensibilidad; y por último, la justicia, para dar a cada uno lo que le corresponde o pertenece.
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La tarea de ayudar, aconsejar, proteger y defender a un hermano es, sin duda, un trabajo de amor. El significado de fraternidad encierra un sentimiento de unión y buena correspondencia, amor y cariño reinante entre hermanos. El amor no es otra cosa que desear que la persona amada sea lo más feliz posible. Los griegos definían el amor platónico como la relación, normalmente espiritual, que permite solidificar las relaciones fraternales entre hombres y, a partir de ahí, formar buenos ciudadanos. Para ellos, el amor entre hombres tenía la misma importancia que el amor entre un hombre y una mujer. Este amor mutuo es el que adorna nuestras tenidas y se refleja en cada uno de nuestros rituales. Es el sentimiento que se transmite de unos a otros cuando formamos la Cadena de Unión, situándonos todos a la misma distancia de la plomada y enlazados en el espacio y en el tiempo con aquellos que nos precedieron. Conscientes de que ninguna cadena es más fuerte que el más débil de sus eslabones y que solo puede ser rota por nuestras imperfecciones y por nuestros hermanos ausentes, tratamos de fortalecernos unos a otros y mantenernos unidos. Unidos en espíritu y en verdad, entrelazando nuestros corazones y nuestras manos. Esas manos, juntas y apretándose firmemente, que no desean separarse y, al hacerlo, dejan su calor en las nuestras grabando en ellas las palabras de despedida: salud, fuerza, unión, libertad, igualdad, fraternidad.
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¿De qué manera está simbolizada esta fraternidad en nuestros templos? Primeramente, en cada uno de sus francmasones, ya que todos, por sus hechos y sus palabras, son ejemplos vivientes de la realidad de este sentimiento fraternal. También encontramos un símbolo de fraternidad en las granadas que adornan la cúspide de los capiteles de las columnas del templo. La granada es la fruta que representa la unión y amistad, porque el color de sus granos no cambia nunca a igual que imperecedero es el verdadero amor entre hermanos. Cada grano simboliza a todos los francmasones de la tierra, que llevan dentro de si el néctar y la semilla dispuesta a germinar a favor del progreso de la humanidad. La delgada cáscara de la granada resiste los golpes de la naturaleza y conserva dentro el sabor de un fruto delicioso; al igual que la francmasonería resiste los ataques de quienes son contrarios, conservando la sustancia que da vida. Se le representa abierta, dejando a la vista toda la estructura organizada, semejante a las logias dispersas por la tierra y reunidas en la masonería universal. No existen granos más importantes ni más sabrosos que otros, todos parecen igual. Están juntos, pero no demasiado juntos, y la única manera de sacar uno es quitándole la protección de los que le rodean.
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Los francmasones estamos unidos al igual que los granos de la granada y continuaremos estándolo mientras en nuestras filas exista la armonía y el amor que comprende. Nuestra obra no podría llevarse a cabo sin el entendimiento que permite que en el interior de nuestros templos exista la diversidad religiosa y política; pero esta camaradería y signo de confianza son necesarios, también en nuestras vidas diarias, con todo el universo. Seamos pues coherentes con nuestros principios y extendamos esta fraternidad y unión a toda la humanidad, desechando todo lo que nos separe, enajene o divida y buscando aquello que nos una y enriquezca trabajando sin descanso el amor fraternal. Fortalezcamos esta Cadena de Unión con numerosos y sólidos eslabones de puro metal y extendámosla uniendo lo disperso y acercando a todos los hombres a la fraternidad universal. Ayudémonos los unos a los otros, y hagamos, como decía Gandhi, que todos los hombres sean hermanos.
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He dicho.
H.·. Abinadí.·.